– Por favor te tenés que quedar unos días más. Si se enteran que estoy solo me van a venir a buscar.
– ¿Y me podes decir como hacen ellos para enterarse?
– Eso no lo sé, me estás pidiendo que sepa como se manejan. No los conozco, pero te puedo asegurar algo: van a venir . ¿Te das cuenta?
– Me doy cuenta de que esto se te fue de las manos Julián. Yo no puedo ayudarte, pero quizá pueda averiguar si hay algún…
– No me vengas con eso otra vez. No tenés que averiguar nada, ni recomendarme a nadie. Acá las cosas son sencillas. Si vos te quedás conmigo ellos no pueden venir a buscarme.
– Suponiendo que todo esto sea cierto, me podés explicar por qué si estoy yo ellos no vienen.
– Porque no se quieren dejar ver. Me buscan a mi, ¿me entendés David? Si vos te vas les preparas el terreno. Están esperando. Hace semanas que esperan que vos no estés.
– Si tenés miedo a quedarte solo venite conmigo. Te lo vengo diciendo desde el lunes. Yo me tengo que ir si o sí. Lugar en el auto hay de sobra.
– No voy a dejar mi casa.
– Entonces vas a tener que quedarte solo Julián.
– ¿Te puedo pedir un favor?
– Mientras no me sigas insistiendo con que me quede…el que quieras.
– Si la semana próxima, cuando vuelvas del sur, no me encontrás, es porque todo lo que pronostiqué se cumplió. Si me llevan, tenés que buscarme. De alguna manera voy a ingeniármelas para dejarte pistas.
– Cuando yo vuelva vas a estar acá, como siempre. Nadie va a venir por vos.
– Pero si mis sospechas son ciertas vos tenés que buscarme. Tenés que prometerlo.
– Quiero cuidarte Julián. Por eso vamos a hacer lo siguiente: si cuando vuelvo la próxima semana no estás, voy a buscarte. Pero si todo sigue tan normal como de costumbre vas a acceder a lo que yo disponga, porque tu salud me preocupa y si yo no puedo ayudarte, alguien mas capacitado seguro va poder hacerlo.
– ¿Vos querés cuidarme?
– Es mi deber. Eso hace un hermano mayor, ¿o no?
Julián miró a David a los ojos. Por dentro rogaba que no lo dejara solo en el departamento durante esa semana. Por otro lado sabía que David no podía postergar el viaje al sur. Su padre, el de ambos, se encontraba enfermo y era necesario que alguien cuidara de él.
– Sabes una cosa Julián, papá se pondría contento al verte.
– No lo creo.
– ¿Por qué no me acompañas? Te ayudo a armar el bolso, en una hora estamos subidos al auto, viajando por la ruta. Nos relajamos, ponemos la radio o alguno de esos discos de jazz que tanto te gustan ¿qué te parece?
– No.
David no dijo mas nada. Agarró sus pertenencias y las arrimó a la vieja puerta de madera. Julián lo miró con ojos vidriosos. Se dieron un abrazo.
– Nos vemos dentro de poco. Cuidate, comé. Y si no necesitás salir quedate adentro, creo que va a ser mejor. Cualquier cosa me llamás al celular o a casa de papá.
Julián asintió con la cabeza.
Las siguientes horas se sucedieron lentamente. Julián reposaba su cuerpo sobre el sillón de la sala principal del departamento. Miraba, abstraído de la realidad, un punto imaginario sobre la pared celeste de la habitación.
Se mantuvo durante el resto del día en un estado similar al de la relajación total del cuerpo o al de la meditación espiritual mas profunda. Llegada la noche, comenzó a perder la noción del tiempo. Su concentración iba en aumento.
Llevaba días sabiendo que lo peor de todo llegaría con la partida de David. Estaba dada la situación para que los hechos se sucedieran tal cual dictaba su premonición. Lo había visto en sueños, lo había deducido del horóscopo del diario, lo oía en las palabras pronunciadas por los transeúntes que veía pasar desde su balcón.
Tenía miedo. Los naipes habían sido repartidos pero aún la mano no se jugaba.
Julián había ideado un plan, a su entender magistral, para evitar su posible cautiverio. Todo consistía en escaparse sin salir de aquel departamento.
Desde aquel estado de inmovilidad no tardó en descubrir que su concentración daba resultados positivos sobre la pared de la sala. El escondite estaba comenzando a ser una realidad.
El punto fijo, imaginario, comenzó a tomar la dimensión de una diminuta mancha negra sobre la pared.
Julián supo que era el momento de no perder la calma. Su catatonía iba en aumento, al igual que la mancha que comenzaba a extenderse trazando nervaduras negras nacidas de un punto central. Como una telaraña azabache las líneas imperfectas se empezaron a dibujar sobre la pintura celeste de la pared.
Cuando observó que el tamaño de la mancha era proporcional al tamaño de su cuerpo abandonó su estado de quietud absoluta. Movió lentamente su cuello, luego sus brazos y con determinación impulsó sus piernas hacia adelante para ponerse en pie.
Se acercó con sumo cuidado. Dudó un momento, pero tomó el valor necesario como para pasar una mano sobre su propia creación.
De un momento a otro comenzó a notar una molestia en su cabeza, una puntada o un sonido, algo que le provocaba un profundo dolor. Entendió que los hombres estaban cerca.
Giró su cuerpo sobre sus talones y posó la mirada sobre la puerta de entrada.
Observó como la manija circular se movía.
Ante aquel lapso de distracción, la abertura en la pared parecía volverse más pequeña y Julián advirtió que si perdía la concentración todo aquel esfuerzo sería en vano y su escapatoria solo un deseo incumplido.
Rápidamente tomó la decisión de adentrarse en su propia invención. Llenó los pulmones de aire y saltó hacía la mancha. Pensó que chocaría con la pared, pero aquel dibujo comenzó a tomar profundidad y lo absorbió en un instante.
Una vez dentro intentó tantear el espacio y notó que el mismo se limitaba a su figura. A sus espaldas oyó que la puerta de entrada era forzada con mayor brusquedad.
Julián giró sobre su eje y obtuvo vista plena de toda la sala.
La mancha negra comenzó a cerrarse sobre él y notó que su piel se mimetizaba con el escondite. Entendió que el agujero lo protegía, lo camuflaba. Nadie podía verlo allí dentro. Ni siquiera aquellos hombres.
Se quedó en silenció. No estaba seguro de que pudieran escucharlo.
Minutos después -si es que podía llamarlos minutos- la puerta se abrió violentamente y ante sus ojos dos hombres se hicieron presentes.
Jamás los había visto, pero intuía que los conocía, más bien, los sentía conocidos.
Sus ropajes eran extraños. Llevaban puesto lo que parecía un largo sobretodo de color oscuro. Lo llevaban desabotonado, dejando entrever por debajo unas camisas maltrechas. Tenían las manos enguantas y cinturones de cuero en la cintura. Sus pantalones se asemejaban a jeans descoloridos y calzaban botas tejanas. Parecían prendas de otros tiempos
Por un momento Julián se atrevió a pensar que esos hombres eran personajes de un libro de cuentos que había leído en su infancia o acaso protagonistas de una historieta que tuvo en sus manos en algún momento de su vida. Notó también que portaban, en los laterales del cinturón, dos armas de fuego enfundadas en raídos estuches de cuero.
Los hombres entraron en el lugar a paso lento. Estudiaban todo el sitio con sus pequeños ojos negros. Estaban en busca de alguna pista que indicara que él se encontraba allí. Julián rápido advirtió que esos hombres no podían verlo. Su escondite era tan perfecto, tan mágico como lo había deseado.
Uno de los intrusos se adentró a la habitación que pertenecía a David, y Julián lo perdió de vista. El otro caminaba con la mirada puesta en los muebles, pero no tocaba nada con sus manos enguantadas. Julián pensó que no utilizaban más que sus mentes para hacer lo que tenían que hacer. Aunque supuso que si esos hombres se enfurecían podían utilizar la fuerza o su revólveres para hacer daño a cualquiera que se topara con ellos. Se convertirían en temibles gladiadores o en pistoleros.…
– …invencibles. –susurró Julián muy suavemente. Y de inmediato notó que el hombre que estaba revisando los muebles clavó sus ojos pequeños sobre la pared celeste.
Un sudor frió comenzó a recorrerle la nuca.
El hombre daba pasos muy lentos hacia su escondite. Pensó que todo estaba perdido. Lo había arruinado, no podían verlo pero si lo escuchaban.
El hombre se acercó aún más y pronunciando palabras, que Julián nunca entendió, llamó al que estaba en el cuarto contiguo.
Julián contenía la respiración. Estaba de frente a esos dos sujetos pared de por medio, como si esta oficiara de vidrio espejado. No sabía si realmente percibían su presencia. No debía pronunciar palabra alguna. Eso sería el fin.
De un momento a otro los hombres se alejaron de la paredescondite. Luego siguieron inspeccionando cada rincón del lugar durante un lapso de tiempo que Julián no pudo calcular.
Cuando parecían dispuestos a marcharse uno le habló al otro en aquél dialecto incomprensible. Indicó con su mano derecha la mesa de la sala. El que permaneció callado se acercó a ella. Sacó del bolsillo de su sobretodo un sobre y lo dejó posado allí.
Sin acelerar el paso, los hombres se retiraron, cerrando la puerta del lugar tras salir del mismo.
Julián se sentía atónito.
Siguiendo con la imposibilidad de calcular el tiempo se mantuvo a resguardo en su guarida durante lo que consideró un período prudente.
Cuando tuvo la sensación de que los pistoleros no regresarían se decidió a mover las piernas y luego el resto de su cuerpo. El agujero lo expulsó de un sacudón. Una vez fuera del escondite, ya desde la sala, vio como la mancha negra se reducía a un único punto central. Relajó su cuerpo y se concentró por última vez para lograr que el pequeño punto negro desapareciera por completo.
Aún con miedo se dirigió al sobre que descansaba en la mesa. Lo inspeccionó con cautela sin acercarse demasiado. El arrugado sobre amarillento, que parecía tener siglos, llevaba una sola palabra escrita: Julián.
Lo tomó con ambas manos y se dispuso a abrirlo. Extrajo de él una carta manuscrita que contaba con pocas líneas. Leyó en voz alta para que sus oídos se anoticiaran tanto como sus ojos.
Entiendo que si estás leyendo esta carta es porque te las ingeniaste para burlar a los captores. Bien hecho muchacho! Tené la certeza de que ya no van a volver por vos, porque les alcanzará conmigo. Espero sepas perdonarme por todo lo que te he causado a lo largo de estos años. De verdad perdón.
Ahora si, se libre.
Julián observó como la hoja de papel y el sobre se deshacían entre sus dedos como si fueran ceniza o acaso aquello tuviera que ver con una mágica invención, proveniente de sus pensamientos.
En ese instante comprendió todo. Ya no corría riesgos, ya podía volver a salir, a caminar por las calles, a vivir. Julián entendió que su tiempo había comenzado. Sintió, literalmente, su libertad.
Un fuerte sonido hizo que saliera de su ensimismamiento. El teléfono sonó estruendosamente, rompiendo el silencio de la habitación.
Atendió.
– ¿Qué pasaba que no atendías? -dijo la voz de su hermano.
– Pero si atendí.
– Hace tres días que te estoy llamando, te dejé mensajes, nunca respondiste.
– No me di cuenta David, perdí la noción del tiempo.
– ¿Te pasó algo…vos estás bien?
– Si, estoy bien. – sostuvo con firmeza eligiendo omitir la visita de los pistoleros.
– Escuchame Julián, escuchame bien…– la voz de David comenzó a entrecortarse. – es papá… – Julián adivinó lágrimas en los ojos de su hermano mayor. – Ayer se puso muy mal y después…
Silencio.
– ¿Después qué?
– …se murió.
Silencio.
– El médico dijo que no había nada que hacer. – repuso David.
– ¿Cuándo murió?
– Hace un par de horas. Te llamé durante estos días para decirte que se estaba poniendo cada vez peor. Pensé en ir a buscarte, pero no quería dejarlo solo. Él tenía mucho miedo. Nunca lo había visto así.
– ¿Y dijo algo, te dijo algo sobre mí? –interrumpió Julián ansioso.
– Me dijo que vos estabas al tanto de todo. Que sabía que lo ibas a perdonar. No entendí a que se refería. No estaba muy lúcido. Creo que deliraba.
Julián no respondió. Trataba de atar cabos.
Del otro lado de la línea David rompió en llanto.
Julián tenía sentimientos encontrados. La sensación de libertad no se había alejado, pero a su vez cierta tristeza invadía su cuerpo.
En ese momento decidió que nunca le diría a su hermano sobre los pistoleros y sobre aquella carta. No era necesario, además no lo comprendería.
Del otro lado de la línea David lloraba desconsoladamente pero hacía esfuerzos por recomponerse y retomar la conversación.
A Julián se le desgarraba el alma al oír llorar a su hermano. Intentó buscar las palabras justas para tratar de calmarlo.
– Escuchame bien David. – hizo una pausa y luego continuó – Yo se que esto es difícil. Pero vamos a superarlo juntos, ¿está bien?
– Si. – dijo débilmente el hermano mayor. – juntos.
– Ya terminó todo, cuando vos vuelvas yo voy a estar acá.